RINCONES DEL PARAGUAY
A orillas del Río Paraguay. Puerto viejo, Ex-Piscis Marina Club, entre sauces y palmeras
Inicio de una serie de descripciones de varios lugares significativos del Paraguay, a lo largo de paseos y en algunos casos, de su historia
Por Roberth Ynsfrán
Salí caminando, con la música sonando en mis oídos, con aquellas canciones románticas de siempre. Estaba ataviado con mi grueso tapado negro, el cual me daba entonces bastante abrigo y un particular aspecto, propio para la ocasión. Era una noche de aquellos vientos del sur que hacían llorar a los sauces. Me lo dijeron mis sentidos al ser tocado por las frías garras de las brisas australes, para oír después claramente las naturales melodías de la arboleda cercana al río Paraguay, al costado del otrora Piscis Marina Club. Era una zona llena de sauces y palmeras.
Fotografía de Porfirio Báez – CONCEPCIÓN HOY
Enfrente estaba el pronunciado declive de la calle que daba con el mismo río, el cual se encontraba en sus más altos niveles. En la orilla dormían, mecidas por las olas, las canoas de los pescadores y de quienes se dedicaban a la sacrificada tarea de transportar a las personas desde Concepción a la isla de Chaco’i y viceversa. Eran hombres de familia con el cuerpo endurecido por el arduo trabajo cotidiano y la piel curtida por el intenso sol concepcionero.
Fotografía de Oliva Russo – GALERÍA DEL TIEMPO CONCEPCIONERO
Llamaron mi atención las nubes, con su inusual velocidad. Viajaban más rápido que de costumbre, transportadas por las ráfagas que, al moverlas con tanta fuerza, las transformaban en las más variadas y extrañas figuras, según la imaginación de quien las observe.
Miré la silueta del pequeño muelle de Piscis y su extraño carrusel con techo de paja. A la izquierda estaban las instalaciones del hotel y el club. Más cerca, las murallas que rodeaban sus patios poblados de palmeras y contenían el terreno del lugar, situado en un nivel superior al de la playa. Luego, al volverme, mirando hacia adelante quedé un buen rato extasiado por las luces del puente Nanawa reflejándose en el río, ese mismo puente que une a Concepción con el Chaco.
Estado actual del viejo muellecito de Piscis Marina Club – Fotografía de Porfirio Báez
A la derecha, estaba el viejo muelle de Concepción, con su escalinata que bajaba hasta el río y con toda su gruesa estructura. El edificio, vetusto y majestuoso, pero de moderadas dimensiones, se veía como rodeado del aura de tranquilidad que emanaba de esos rincones aledaños al Río Paraguay.
Fotografía de Blanki Villalba de González – GALERÍA DEL TIEMPO CONCEPCIONERO
A metros del edificio, hacia el lado de la entrada al puerto, se erguía el monumento en homenaje de la ciudad a los combatientes en la Guerra del Chaco, hecho por mi abuelo Don Feliciano Insfrán Lucero, contienda bélica de la que él también fuera parte, con sus escasos 16 años, yendo al frente de batalla, como la de Nanawa.
Fotografía de María Luisa Ferreira – Concepción del Paraguay Blogspot
Apartando los auriculares para dejar de lado la música por un instante y sentir los sonidos de aquella fantástica escena tan llena de naturaleza y pedazos de la historia norteña contenidas en las antiguas edificaciones circundantes, me senté en una alta vereda situada en la esquina misma que da frente al declive que baja al río, a cuyo costado se hallan los sauces con su lastimero pero encantador canto.
Las olas chocaban fuertemente con la orilla, como queriendo trepar hasta llegar a las calles de la Perla del Norte, o tal vez recorrerlas y conocerlas. Esas mismas olas que pasan y ya no vuelven jamás por aquellas playas, que conforman a ese río milenario y legendario que caracteriza tanto a las tierras y puertos del norte, que ha estado a lo largo de los siglos regando a su paso.
Volví a colocarme los auriculares y oír mis músicas favoritas. Era un instante casi mágico. Me sentía como rodeado de sílfides que hacían alarde de sus poderes en la singular noche. Permanecí así durante muchos minutos más, cuando emprendí de nuevo mi caminata.
Era el año 1.999. No había entonces el peligro de la delincuencia que azota hoy día a casi todo el país. Se podía caminar sin problema por las calles más oscuras sin el miedo a que un asaltante te cierre el paso. Era más probable toparse con una aparición fantasmal o un espectro que con un “vivo” peligroso.
Fui caminando, rodeando las instalaciones del antiguo Piscis. Pasé por frente a su sector de eventos y fiestas, que entonces, por ser un día laboral de la semana y por el clima, se encontraba cerrado y silencioso. El hotel y la discoteca, igual. El restaurant al que llamaban “sombrero mexicano” tenía los portones cerrados. Entonces, seguí mi camino y giré a la derecha, donde empezaba el “muro”.
Ruinas actuales del extinto Piscis Marina Club – Fotografía de Porfirio Báez – CONCEPCIÓN HOY
Hacia el lado izquierdo, estaba la cancha de los militares de la IV División de Infantería, oscura y vacía. Solo el viento turbaba la paz de su superficie al doblar con fuerza las altas hierbas que había en sus esquinas. Los demás edificios y casas, parecían sentir el mismo frío de sus dueños que se abrigaban dentro, tal vez viendo televisión o cenando.
Cancha de la IV División de Infantería – Fotografía de Neil Cordone – GALERÍA DEL TIEMPO CONCEPCIONERO
A la derecha, como un gigante petrificado, se destacaba la enorme silueta de la vieja chimenea de la “usina”, como se denominaba comúnmente a la Empresa Electricidad Concepción, que mucho tiempo atrás abastecía de energía eléctrica a varios sectores de la ciudad cuando aún no había el actual ente estatal que se encarga del rubro. A pesar de las décadas, ahí estaba, rodeada de una escalera tipo caracol para que sirviera a la vez de mirador.
Chimenea de la antigua “usina” – Fotografía de Porfirio Báez – CONCEPCIÓN HOY
Unos metros más adelante, al costado del camino, se sentía no solamente con la vista, la presencia de un inmenso árbol de “gomero” o “árbol de caucho”, como es llamado popularmente, según las regiones, a la especie ficus elástica. Sus grandes y largas ramas recordaban a una bóveda al pasar por la calle que cruzaba justo debajo de su copa. También podía percibirse una especie de presencia. Era como el “chi”, la energía vital de aquel antiguo y fuerte ser vegetal, que habrá sido testigo de tantas cosas a lo largo de su existencia.
Siguiendo aquel camino, que a la vez era la calle y el muro de contención para el caso de inundaciones, llegué a la esquina de la ya extinta fábrica de fideos «La Española», un edificio que siempre se encontraba cerrado.
La otrora fábrica de fideos – Fotografía de Neil Cordone – GALERÍA DEL TIEMPO CONCEPCIONERO
Al lado estaba una casa familiar con una privilegiada ubicación y bella arquitectura, rodeada de altísimas plantas de palmas reales, que potenciadas en su esplendor por la proximidad del río, eran constantemente acariciadas por las brisas que previamente se refrescaban en la superficie de las aguas.
Era una sensación atrapante la que se sentía ahí. Escuchando en toda su magnitud a los sonidos producidos por el viento y las palmeras, daban un toque de misterioso encanto marino. Al pasar entre las hojas, la ventisca podía hacerme percibir ruidos de olas, de brisas, de magia misma en los enigmáticos rincones norteños.
Esa noche, inolvidable por detalles tan simples pero intensos en la mente, en los sentidos, en el alma, queda en mi memoria, como un ejemplo de lo mucho que puede descubrirse y percibirse con tan solo salir a caminar y abrir los ojos a lo que nos rodea. La naturaleza, tan única y las obras antiguas del hombre, pueden unirse para hacer a un lugar mucho más maravilloso.