YVYTU

Yvytu oñe’êmbeguemíramo

nde apysápe, ohasakuévo,

omochichîvo ijapichy piro’ýpe

nde piremi ha nde áva,

aipota upéicharõ, ajapóvo

upe jeguata paha

opavavépe hi’araguahêvo

voi térã kurive,

sapy’ánte maymávape voive.

néi, aikose yvytúramo

ndaikatuvéimavo aipuru

che po nomŷivéiva,

meménte rohavi’û

ha añe’ê vevuimi nde apysápe

aikuaauka haĝua ndéve rohayuitiha

umi yvytu kangy ñe’ême

ikatútaha reikumby, aikuaa,

che juru okirirîmarõ tapiaite guarã.

Roberth Insfrán

HIJOS DE AMERICA

HIJOS DE AMERICA

Roberth Insfrán – 1.998

 

Invadieron sus tierras, convirtieron a sus tribus en algo incierto,

Falsos conquistadores, pretendieron descubrir lo descubierto.

Era mundo diferente, de culturas espontáneas y osadas

Que vieron su paz perturbada, entre tanta pólvora y espadas.

 

Tanta sangre derramada, fueron sometidos como rebaños,

En nombre del Rey y la religión, durante tantos años…

Pobres hermanos nativos, esclavizados, maltratados,

Arreados en sus valles, tan hambrientos y asustados.

 

Muchas culturas actuales los ven como asesinos sanguinarios,

Cuando sólo defendían lo suyo, de invasores ambiciosos, ordinarios.

Buscad la verdad en la historia, comprobaréis la razón de su defensa,

Lucharon por sus tierras, sus pueblos, con pasión y entereza.

 

Hoy, con pobres vestigios de aquellas civilizaciones y guerreros,

Olvidamos que ellos fueron nuestros padres, los primeros

Habitantes de los deseados y paradisiacos parajes americanos…

Honremos su recuerdo, su sangre corre en nuestras venas, hermanos!

AMOR, AQUÍ DESDE LEJOS… Poema

AMOR, AQUÍ DESDE LEJOS…

Por Roberth Ynsfran

 

Imposible es pasar por estas horas

Sin sentirte en las agujas del tiempo.

Estas horas, que van saliendo de mi compañía

Con una pesada carga de nostalgia.

Nostalgia de ti, de tu mirada, de tus besos…

De tus palabras diciéndome “Te amo”’

Con esa voz, mezcla de dulzura y naturaleza,

Como murmullos de una brisa otoñal.

 

Como las viajeras olas de un río,

Vas pasando por mi alma sin parar.

Tu imagen vaga por mi mente,

Alejándose, para volver nuevamente

Uniendo bellos recuerdos a la ilusión.

Nuestros cortos y fugaces momentos

Ya van teniendo la fuerza de siglos,

Porque he encontrado en tu tierna forma de ser

El alma gemela que faltaba en mi vida…

 

Mayo de 2.008. Instituto del Cáncer. En tiempos de quimioterapia

RINCONES DEL PARAGUAY – Primer capítulo

RINCONES DEL PARAGUAY

A orillas del Río Paraguay. Puerto viejo, Ex-Piscis Marina Club, entre sauces y palmeras

Inicio de una serie de descripciones de varios lugares significativos del Paraguay, a lo largo de paseos y en algunos casos, de su historia

Por Roberth Ynsfrán

 

Salí caminando, con la música sonando en mis oídos, con aquellas canciones románticas de siempre. Estaba ataviado con mi grueso tapado negro, el cual me daba entonces bastante abrigo y un particular aspecto, propio para la ocasión. Era una noche de aquellos vientos del sur que hacían llorar a los sauces. Me lo dijeron mis sentidos al ser tocado por las frías garras de las brisas australes, para oír después claramente las naturales melodías de la arboleda cercana al río Paraguay, al costado del otrora Piscis Marina Club. Era una zona llena de sauces y palmeras.

Fotografía de Porfirio Báez – CONCEPCIÓN HOY

Enfrente estaba el pronunciado declive de la calle que daba con el mismo río, el cual se encontraba en sus más altos niveles. En la orilla dormían, mecidas por las olas, las canoas de los pescadores y de quienes se dedicaban a la sacrificada tarea de transportar a las personas desde Concepción a la isla de Chaco’i y viceversa. Eran hombres de familia con el cuerpo endurecido por el arduo trabajo cotidiano y la piel curtida por el intenso sol concepcionero.

   Fotografía de Oliva Russo – GALERÍA DEL TIEMPO CONCEPCIONERO

 

Llamaron mi atención las nubes, con su inusual velocidad. Viajaban más rápido que de costumbre, transportadas por las ráfagas que, al moverlas con tanta fuerza, las transformaban en las más variadas y extrañas figuras, según la imaginación de quien las observe.

Miré la silueta del pequeño muelle de Piscis y su extraño carrusel con techo de paja. A la izquierda estaban las instalaciones del hotel y el club. Más cerca, las murallas que rodeaban sus patios poblados de palmeras y contenían el terreno del lugar, situado en un nivel superior al de la playa. Luego, al volverme, mirando hacia adelante quedé un buen rato extasiado por las luces del puente Nanawa reflejándose en el río, ese mismo puente que une a Concepción con el Chaco.

Estado actual del viejo muellecito de Piscis Marina Club – Fotografía de Porfirio Báez

 

A la derecha, estaba el viejo muelle de Concepción, con su escalinata que bajaba hasta el río y con toda su gruesa estructura. El edificio, vetusto y majestuoso, pero de moderadas dimensiones, se veía como rodeado del aura de tranquilidad que emanaba de esos rincones aledaños al Río Paraguay.

Fotografía de Blanki Villalba de González – GALERÍA DEL TIEMPO CONCEPCIONERO

 

A metros del edificio, hacia el lado de la entrada al puerto, se erguía el monumento en homenaje de la ciudad a los combatientes en la Guerra del Chaco, hecho por mi abuelo Don Feliciano Insfrán Lucero, contienda bélica de la que él también fuera parte, con sus escasos 16 años, yendo al frente de batalla, como la de Nanawa.

Fotografía de María Luisa Ferreira – Concepción del Paraguay Blogspot

 

Apartando los auriculares para dejar de lado la música por un instante y sentir los sonidos de aquella fantástica escena tan llena de naturaleza y pedazos de la historia norteña contenidas en las antiguas edificaciones circundantes, me senté en una alta vereda situada en la esquina misma que da frente al declive que baja al río, a cuyo costado se hallan los sauces con su lastimero pero encantador canto.

Las olas chocaban fuertemente con la orilla, como queriendo trepar hasta llegar a las calles de la Perla del Norte, o tal vez recorrerlas y conocerlas. Esas mismas olas que pasan y ya no vuelven jamás por aquellas playas, que conforman a ese río milenario y legendario que caracteriza tanto a las tierras y puertos del norte, que ha estado a lo largo de los siglos regando a su paso.

Volví a colocarme los auriculares y oír mis músicas favoritas. Era un instante casi mágico. Me sentía como rodeado de sílfides que hacían alarde de sus poderes en la singular noche. Permanecí así durante muchos minutos más, cuando emprendí de nuevo mi caminata.

Era el año 1.999. No había entonces el peligro de la delincuencia que azota hoy día a casi todo el país. Se podía caminar sin problema por las calles más oscuras sin el miedo a que un asaltante te cierre el paso. Era más probable toparse con una aparición fantasmal o un espectro que con un “vivo” peligroso.

Fui caminando, rodeando las instalaciones del antiguo Piscis. Pasé por frente a su sector de eventos y fiestas, que entonces, por ser un día laboral de la semana y por el clima, se encontraba cerrado y silencioso. El hotel y la discoteca, igual. El restaurant al que llamaban “sombrero mexicano” tenía los portones cerrados. Entonces, seguí mi camino y giré a la derecha, donde empezaba el “muro”.

Ruinas actuales del extinto Piscis Marina Club – Fotografía de Porfirio Báez – CONCEPCIÓN HOY

 

Hacia el lado izquierdo, estaba la cancha de los militares de la IV División de Infantería, oscura y vacía. Solo el viento turbaba la paz de su superficie al doblar con fuerza las altas hierbas que había en sus esquinas. Los demás edificios y casas, parecían sentir el mismo frío de sus dueños que se abrigaban dentro, tal vez viendo televisión o cenando.

Cancha de la IV División de Infantería – Fotografía de Neil Cordone – GALERÍA DEL TIEMPO CONCEPCIONERO

 

A la derecha, como un gigante petrificado, se destacaba la enorme silueta de la vieja chimenea de la “usina”, como se denominaba comúnmente a la Empresa Electricidad Concepción, que mucho tiempo atrás abastecía de energía eléctrica a varios sectores de la ciudad cuando aún no había el actual ente estatal que se encarga del rubro. A pesar de las décadas, ahí estaba, rodeada de una escalera tipo caracol para que sirviera a la vez de mirador.

Chimenea de la antigua “usina” – Fotografía de Porfirio Báez – CONCEPCIÓN HOY

 

Unos metros más adelante, al costado del camino, se sentía no solamente con la vista, la presencia de un inmenso árbol de “gomero” o “árbol de caucho”, como es llamado popularmente, según las regiones, a la especie ficus elástica. Sus grandes y largas ramas recordaban a una bóveda al pasar por la calle que cruzaba justo debajo de su copa. También podía percibirse una especie de presencia. Era como el “chi”, la energía vital de aquel antiguo y fuerte ser vegetal, que habrá sido testigo de tantas cosas a lo largo de su existencia.

Siguiendo aquel camino, que a la vez era la calle y el muro de contención para el caso de inundaciones, llegué a la esquina de la ya extinta fábrica de fideos «La Española», un edificio que siempre se encontraba cerrado.

La otrora fábrica de fideos – Fotografía de Neil Cordone – GALERÍA DEL TIEMPO CONCEPCIONERO

 

Al lado estaba una casa familiar con una privilegiada ubicación y bella arquitectura, rodeada de altísimas plantas de palmas reales, que potenciadas en su esplendor por la proximidad del río, eran constantemente acariciadas por las brisas que previamente se refrescaban en la superficie de las aguas.

Era una sensación atrapante la que se sentía ahí. Escuchando en toda su magnitud a los sonidos producidos por el viento y las palmeras, daban un toque de misterioso encanto marino. Al pasar entre las hojas, la ventisca podía hacerme percibir ruidos de olas, de brisas, de magia misma en los enigmáticos rincones norteños.

Esa noche, inolvidable por detalles tan simples pero intensos en la mente, en los sentidos, en el alma, queda en mi memoria, como un ejemplo de lo mucho que puede descubrirse y percibirse con tan solo salir a caminar y abrir los ojos a lo que nos rodea. La naturaleza, tan única y las obras antiguas del hombre, pueden unirse para hacer a un lugar mucho más maravilloso.

 

FANTASMAS, CASOS REALES – Los misterios del Teatro – Sexta Parte

SEXTA PARTE

Estábamos algo alejados de los camerinos, probablemente a unos 30 metros, pero miramos sorprendidos cómo después de apagarse, se encendían las luces otra vez en ese sector. En las demás partes, la iluminación seguía normal. Luego, percibimos un sonido seco que provenía de la entrada. Fuimos todos a verificar y encontramos en el piso un cuadro antiguo, parecía un fotografía familiar, que estaba colgado junto a otros más en una zona que servía como antesala del teatro.

El cuadro ya no tenía vidrio, lo que hacía suponer que se había caído en otras ocasiones. Lo extraño es que el clavo donde se hallaba colgado estaba intacto, así como el alambre que lo sujetaba detrás. Esto era algo sobre lo cual debíamos preguntar al profesor y a los funcionarios.

Como si se tratase de una cadena de sobresaltos y fenómenos que se ponían de acuerdo, o venían de una legión de fantasmas, se escuchó otro sonido, esta vez hacia el escenario. Era de la misma madera sólida. Fueron como dos zapatazos y luego paró. Ya nos sentíamos como pelotas que iban de un lado a otro, pero nos acercamos lentamente y más sigilosos que en otras ocasiones, porque si antes percibíamos algo turbio en la atmósfera del lugar, esta vez parecía como si se estuviesen agazapando tras las paredes y rincones un montón de diablos para darnos un gran susto.

A medida que nos aproximábamos al escenario, el telón se movía, suavemente al principio, pero cuando estábamos al pie de las escaleras el movimiento era más intenso, sin que se sientan corrientes de aire o que haya algún ventilador funcionando.

Cansado de tantos preámbulos de alguna posible manifestación mayor, no contuve mi impaciencia y subí a descorrer el telón, para descubrir lo que sea que hubiese detrás. Para nuestra sorpresa, nada extraño había. Las enormes telas dejaron de moverse…

Entre todos revisamos también los camerinos, donde el funcionamiento de la luz había vuelto a la normalidad. Por momentos, parecía percibirse de reojo como algo transparente, cruzando muy cerca. Era como si se estuviera moviendo a nuestro alrededor, girando, sin que podamos siquiera verlo claramente. Le dirigí algunas palabras, para entablar una nueva comunicación, por si se manifestase más físicamente frente a nosotros, pero la respuesta fue otro «zapatazo» hacia el lado opuesto del escenario. Ya no estaba seguro de que fuera un solo «fantasma». Parecía ser una legión.

Luego de varios minutos hice una seña a mis compañeros, bajamos del escenario y nos encaminamos hacia la entrada, para hablar y decidir qué hacer. Fue entonces que escuchamos, muy sorprendidos, la alarma del detector de movimiento. Lo había dejado al costado de la entrada de los camerinos mientras hacíamos las pesquisas por sus rincones…

En ese momento, se me erizó la piel y seguro mis compañeros de investigación sintieron lo mismo, porque sabíamos todos que el aparato estaba apagado desde que paramos con las grabaciones. No podía ser verdad. Era algo tan estremecedor. Otra vez, «algo» manipuló nuestra propia arma de investigación, y lo usó para asustarnos.

Respirando profundamente, dije – “Lo que sea que haya aquí, no parece agradarse de que estemos investigando. Vamos a usar todo el valor y las fuerzas que tenemos para subir a traer el detector. Después nos vamos”.

Teníamos la sensación de estar luchando con una fuerza terrible, porque cada paso hacia el lugar donde dejé la máquina, era resistido por nuestros cuerpos, como si nuestros pies se negaran a avanzar. Finalmente, subí primero, seguido por todos e intentando calmarnos, a pesar de que comprobamos que el detector estaba apagado.

Las luces de los camerinos parpadearon, una vez más. Nos agobiaba una fuerte «presencia», lo cual puede describirse como sentirse observados por «algo» con mucha fuerza espiritual, tanto como para ponernos los pelos de punta.

Nos sentíamos observados por “algo” que había encendido el aparato y se tomó el atrevimiento de hacerlo sonar al materializarse enfrente, para apagarlo después. “Algo” más allá de nuestra inmediata comprensión había ahí. Que se movía alrededor sin que pudiéramos verlo o verlos, manipulando cosas y tratando de atemorizarnos. Y lo lograba. Con cada suceso extraño, nos quedábamos más alertas, como preparados para otro eventual acontecimiento y susto.

Luego de otro ruido fuerte y extraño en el escenario, dije a mis compañeros que era mejor bajar e ir a la entrada, sin correr ni sobresaltarse. Nos dirigimos hacia ahí con los pasos más seguros que podíamos dar en ese momento. Tratábamos, a pesar de todo, de mostrar que juntos éramos fuertes y no nos dejaríamos vencer con facilidad.

Al llegar hacia el centro mismo del teatro, nuevos sonidos se hacían sentir. Se oía el piano que estaba exhibido en el sector del museo. Sonaban unas notas y luego se detenía. Aunque quisiéramos, era imposible verificar esa zona porque no contábamos con las llaves, ya que solamente se nos permitía hacer las investigaciones en la parte correspondiente al teatro. Entonces, llegando a la entrada misma, oímos nuevamente el piano. Sabíamos que nadie estaba ahí. Nadie del mundo de los vivos…

La puerta del museo, enorme y sólida, estaba cerrada con llave.

Lo que parecía increíble en principio, estaba sucediendo frente a nuestras narices. Solo al seguir enfrentándolo conoceríamos su verdadero poder. Ya comprobamos su existencia y posiblemente ese «ser” (o seres), nos estaba conociendo a cada uno también. De ahora en más, -¿qué tanto podríamos aprender sobre él? O quizás, -¿hasta dónde nos permitiría llegar?

El miedo es algo con lo que los humanos convivimos, pero no debemos dejarnos vencer por él. Por eso, al día siguiente, nada sería mejor que ir a primera hora, para abrir con el profesor las puertas del teatro y buscar rastros de nuestro tenebroso «fantasma».

Necesitábamos armarnos del valor que se toma de la luz del día, para enfrentarlo otra vez, para conocer mas sobre «el» o «ellos». Esta vez, sin bajarnos del escenario, sin dejar de perseguirlo, porque ya quería ir hasta las últimas consecuencias.

FANTASMAS, CASOS REALES – Los misterios del Teatro – Quinta Parte

Salí de mi casa a las 8 de la noche. Con la ansiedad creciente, me esperaban mis amigos en la vereda. Nuestras mentes se encontraban fijas en lo que intentaríamos esa noche. Queríamos hablar con el ente o espíritu que se había adueñado de las dependencias del teatro.

Con tantas ideas fluyendo, recién al estar en camino al lugar de nuestros inquietantes estudios, nos fijamos en que había luna llena. Esta ya se encontraba en lo alto, iluminando las calles norteñas, con una belleza capaz de inspirar pensamientos y canciones. Una brisa suave y fresca ponía un compás de calma a la intensidad del momento.

En medio de planes y situaciones ficticias que imaginábamos en nuestras conversaciones, llegamos al teatro sin darnos cuenta. La fastuosa fachada tenía un aspecto de profundo misterio a la luz de la luna, dejando la extraña sensación de que albergaba en su interior un sinfín de secretos a punto de liberarse.

Al tocar la enorme puerta, el profesor nos recibió con su habitual amabilidad. Tras conversar brevemente, se despidió para ir a su casa y tomarse un merecido descanso. Entonces ingresamos para realizar nuestra labor. Durante un rato, debatimos la idea de iniciar la noche tratando de comunicarnos con el “fantasma” del lugar, pero pensamos que sería mejor colocar los aparatos durante media hora y luego de escuchar lo grabado, decidir hablar o no con él.

Nos acercamos al escenario y se percibía una pesada energía que parecía esperarnos ahí. Subí a encender las luces y mis compañeros de investigación revisaron los rincones, donde aparentemente nada estaba fuera de lugar. Procediendo a colocar el detector y la grabadora, dije unas palabras para el caso: “Si alguien quiere comunicarse o darnos un mensaje, que hable. Vamos a dejar la grabadora aquí y todo quedará registrado”.

Luego nos encaminamos a la puerta, la cerramos sin llave porque estaríamos casi pegados al sitio, a nuestra vista, para irnos a la singular y bella plazoleta de al lado a esperar que pase el tiempo correspondiente.

Debido a la intensidad y ansiedad reinantes, surgió una brillante sugerencia: cenar en la plaza mientras transcurría el tiempo. El primo Tadeo se ofreció a ir a un conocido copetín donde hacen ricas empanadas y sándwiches, por lo que aplaudiendo la predisposición, cada uno puso algo de dinero y él fue en moto a buscar la cena.

Pasaron unos minutos y en medio de las conversaciones, me fijé en las manchas que había en la pared que daba a la plaza y pertenecía al exterior del edificio del teatro. Me acerqué a verificar y había en el medio mismo dos que se veían particularmente extrañas y bien definidas. Eran extrañas porque tenían formas de rostros humanos, una parecía la de un hombre con rasgos indígenas y otra la de una mujer muy bella con expresión de susto o estar gritando.

Explicando a mis amigos acerca de dicho fenómeno, llamado teleplastia en el mundo paranormal y cuyo caso más famoso era el de las caras aparecidas en el suelo de una casa de Bélmez, en la Provincia de Jaén, España, nos entreteníamos por un buen rato con el tema, mientras Tadeo regresaba al lugar y, al no vernos sentados en los bancos de la plaza, nos contó luego que supuso que ya habíamos vuelto al teatro para revisar los aparatos que dejamos. En realidad era difícil que nos pudiera encontrar a menos que vaya entrando al predio de Itaúna, porque el sector de esas “caras” encontradas en la pared estaba en una zona poco visible de la plazoleta.

Con el pensamiento fijo en que ya todos habíamos vuelto al teatro, Tadeo abrió la pesada puerta de entrada e ingresó. Según nos contó, empezó a llamarnos y a preguntar dónde estábamos en varias ocasiones, caminando hacia el escenario. Como nadie le respondía, supuso que nos escondimos hacia los camerinos para darle un susto, entonces, sin saber que no era así, subió, llegó a esas dependencias y le costó unos segundos darse cuenta de que nadie estaba. Se asustó mucho, por lo que sin perder más tiempo, fue corriendo a la plazoleta.

Al contarnos lo ocurrido, todos nos reímos bastante y lo felicitamos por hacer algo que probablemente nadie haría, entrar totalmente solo hasta el escenario y los camerinos a esas horas. Después de una breve cena, fuimos a terminar el trabajo de esa noche, con lo que se venía lo más importante: comunicarnos con el “fantasma”.

Una vez ya en el teatro, retiramos los aparatos y analizamos los sonidos durante un rato. Encontramos lo usual: sollozos, melodías, la percepción de que oprimían para encender o apagar la grabadora y cuatro ocasiones en que sonó el detector de movimiento. Pero una vez más había algo que nos sorprendería, pues casi al final de lo grabado, una voz muy grave decía: “Vayan”. Mirándonos los unos a los otros con inquietud, nos pusimos de acuerdo según lo conversado por el camino y fuimos al centro mismo del teatro para realizar una comunicación directa con el ser o ente que habitaba el lugar.

Formamos un semicírculo y en el centro colocamos sobre una silla el detector de movimiento, apuntando en dirección contraria a nosotros, para evitar que capte por error algún gesto nuestro. Lo pusimos a funcionar y también la grabadora. Entonces, pronuncié en voz alta y al principio algo dubitativa, pues una extraña sensación de inquietud y pesadez nos oprimía, especialmente por la fantasmal voz oída antes.

-Si hay alguien aquí, que hable, su mensaje será registrado- fue lo que dije al principio. Nada. No hubo respuesta. Nos miramos todos nuevamente como esperando algo.

-Si hay alguien aquí, que hable. Si tiene un mensaje, será escuchado y registrado- dije. Tampoco hubo respuesta. Entonces lo repetí. Hubo alrededor de diez segundos de silencio y repentinamente, ¡sonó el detector de movimiento!

Había buena iluminación en el lugar, pues encendimos más luces para evitar algún sobresalto, por lo que era fácilmente perceptible la ausencia de algo sólido que haga sonar el detector. Nada había enfrente a nosotros, nada vivo que pudiera moverse. Para tener mayor seguridad en que no haya algún error, tomé el detector, lo apagué y volví a encender. Al pasar la mano enfrente sonó, como es normal y parte de su buen funcionamiento. Luego, lo coloqué nuevamente en la silla.

Hice el mismo pedido que antes, para que hable si quería dar un mensaje. Volvió a sonar el detector. Entonces, cambié mis palabras…

-Si hay alguien aquí, que haga sonar este detector de movimiento o hable, que será escuchado- El detector sonó. Luego de unos segundos, volvió a sonar. Esperé alrededor de un minuto y modifiqué una vez más lo dicho antes.

– Si hay alguien aquí, que haga sonar tres veces el detector de movimiento. Esto será registrado- La alarma sonó una vez. Al cabo de un momento, otra vez y luego, por tercera vez. Esperamos un rato y no emitió más sonidos. Era cada vez más evidente que se estaba realizando una comunicación.

Pedí nuevamente que haga sonar el detector tres veces o se materialice de alguna forma (al sonar la alarma era claramente porque se materializaba en algún instante). Y, en efecto, el detector producía su sonido tres veces, con regularidad entre cada alarma. Hice el pedido cuatro ocasiones más y en todas sonó tres veces. En ese momento pensé: -Lo logramos…

Estábamos festejando lo que era para nosotros todo un acontecimiento, pues registramos pruebas de la existencia de seres no corpóreos. Ya podíamos afirmar que en la otrora mansión de Don Basilio Quevedo, hoy museo, biblioteca y teatro municipal, habitaba uno o más seres que ya no eran de nuestro mundo físico. Haciendo un análisis breve de las grabaciones y hechos, daba la sensación de que había más seres, pero era particularmente uno el que dominaba a todos, y no parecía ser tan amigable. Poco después de parar la grabadora, las luces de los camerinos, que estuvieron encendidas todo ese tiempo, parpadearon. Luego de unos segundos, terminaron apagándose.

El inquietante suceso, aunque acompañado de un susto, no eliminó nuestro entusiasmo. Era una noche casi gloriosa para los fines de la investigación. Ya había seguridad en que nos comunicamos con el “fantasma”.

FANTASMAS, CASOS REALES – Los misterios del Teatro- Cuarta parte

Cuarta parte – Cazando Fantasmas

Esa noche habíamos llegado temprano. Eran alrededor de las 19:30 cuando saludamos al Profesor, que estaba trabajando en la biblioteca. Le conté brevemente acerca de nuestros planes de colocar los aparatos que utilizábamos para captar las actividades extrañas del teatro, esta vez dejando que se realicen las grabaciones sin nuestra presencia dentro del edificio. Como siempre, el profesor me alentó a seguir hasta obtener esas pruebas contundentes que tanto ansiaba, esperando demostrar con ellas la existencia de seres no tan corpóreos como los que estamos vivos.

Ya en el escenario, coloqué la grabadora y el detector en el medio mismo. Los puse en funcionamiento y nos bajamos lo más silenciosamente posible, de regreso hacia la entrada. En ese momento el profesor salía para ir a su casa, razón por la que aprovechamos también para retirarnos todos del edificio, cerrando con llave la enorme puerta e instalarnos en el parque ubicado al lado mismo a esperar pacientemente mientras se realizaba la grabación.

El “Rincón de Itaúna” era un parque de pequeñas dimensiones, en el que había un par de llamativas hamacas, además de otros escasos juegos para los niños, algunos bancos para sentarse y en el fondo mismo un sector construido para el funcionamiento de una cantina, la cual pocas veces funcionaba. Pero lo más impactante de este singular sitio eran las hamacas mencionadas. Estaban ubicadas enfrente mismo de los bancos o asientos de descanso, y era extraña la forma en que se movían solas, como si hubiesen niños invisibles usándolas por momentos.

Si existe algún fenómeno físico que pueda explicar esto, sería muy interesante conocerlo, pero cuando se movían las hamacas de Itaúna, no era porque había viento, ya que en muchas ocasiones sí soplaba con cierta intensidad pero casi no se daba movimiento alguno, en cambio, a veces había tanta calma y aún así, al sentarnos a tomar terere en este parque, veíamos cómo empezaban a columpiarse lentamente, hasta llegar a una velocidad media que se volvía constante por mucho tiempo.

Ese era el sitio donde nos pusimos a esperar mientras funcionaban los aparatos de grabación y detección en el teatro. Nos quedamos durante media hora, conversando animadamente y volvimos a abrir la colosal puerta, para descubrir si hubo algún tipo de fenómeno captado por las máquinas. Al regresar a la zona de la entrada, después de recoger lo dejado en el escenario, escuchamos durante un rato, sorprendidos, lo grabado en la cinta.

Al pasar unos minutos de la reproducción, se oía cómo la grabadora era detenida y puesta a funcionar nuevamente. Claramente se percibía el sonido de “Stop” de la máquina, y luego otra percusión, con la que corría nuevamente la grabación. Esto se repetía durante varios minutos, hasta que se empezó a escuchar la alarma del detector de movimiento.

Luego, los sonidos estuvieron asociados, primeramente se oía el detector y luego el “Stop” de la máquina. Sacando conclusiones sobre la marcha, era evidente que había “algo” jugando con ambas máquinas, demostrando que estaba presente, usando lo que nosotros usábamos para estudiarlo.

Pensé por un instante: -Quién es el gato y quién es el ratón aquí? Habíamos llegado como los «cazadores» de fantasmas y estábamos cada vez más sorprendidos. Lo que sea que hubiere, se daba el lujo de usar nuestras propias «armas», jugaba con nuestras máquinas y,  posiblemente, también estaba ya jugando algo macabro con nosotros. Pero no me daría por vencido tan fácilmente. La siguiente noche, sería la de la verdad. Estaba decidido a enfrentarlo. Con el apoyo que tenía, vería qué tan fuerte era lo que se había adueñado de este lugar tan lleno de historias y objetos llenos de antiguas energías y momentos.

La siguiente noche, trataríamos de comunicarnos con el misterioso y fantasmagórico habitante del teatro…

 

FANTASMAS, CASOS REALES – Los misterios del Teatro -Tercera parte

Sigilosamente nos dirigimos hacia la entrada del teatro, para que nuestros pasos o sonidos no fueran captados por la grabadora. Quedamos sentados de espaldas contra la pared que da hacia el pequeño salón donde se exhiben algunos cuadros de personajes históricos de la ciudad, tomando terere y en hablando en voz muy baja solo cuando era necesario.

Toda nuestra atención estaba centrada hacia el escenario. Miramos constantemente por si suceda algo fuera de lo normal, pero salvo algunos susurros que parecían provenir del centro mismo de las tribunas vacías, no hubo algo llamativamente extraño en principio. Incluso pensamos que dichos susurros eran ráfagas de viento que entraban por alguna parte.

Esperamos alrededor de quince minutos y fuimos a buscar la grabadora, para escuchar si se captaron cosas interesantes. Nos llevamos una sorpresa al notar que, si bien estando presentes en el lugar no logramos percibir sonidos muy concretos, en la cinta se captaron gran cantidad de ruidos extraños y que obviamente no parecían provenir del escenario, pues -¡estuvimos tan cerca y no escuchamos nada antes!

Sonidos de personas sollozando, campanadas que no provenían del campanario del templo de la iglesia salesiana, ya que eran muy continuas. Aullidos de perros, sonidos de piano y voces, entre las que se destacaba una frase que no pudimos entender bien al principio, pero luego, cambiando la velocidad de la cinta, lo entendimos. Los diferentes ruidos parecían estar exentos del tiempo, pues habían algunos que sonaban muy lentamente, hasta el punto de escucharse demasiado graves (como cuando se pone una cinta a velocidad muy lenta), en cambio otros no podían entenderse por su excesiva rapidez.

Gracias a que la pequeña grabadora tenía mecanismos para reproducir más lenta o más rápidamente, pudimos oír y comprender la frase que nos llamó tanto la atención. Era una voz muy grave, como suele decirse “de ultratumba”, que decía: -“Ustedes”…

Nos miramos todos y el escalofrío fue general. Nos acabábamos de convencer totalmente de que en el lugar había algo que debía estudiarse, pero que requeriría valor para hacerlo. Luego del instante de estupefacción, fui nuevamente a colocar la grabadora y, aunque no se escuchó antes en la reproducción la alarma del detector de movimiento, de igual forma lo coloqué al lado.

Volvimos al rincón donde estuvimos anteriormente, en el sector de la entrada del teatro, mirando fijamente hacia el escenario, pues de lo que queríamos asegurarnos, además de ver algo en un momento dado si es que se notase, era que el detector no llegue a sonar por captar movimientos de roedores. La penumbra que provenía de la luz de los camerinos, proporcionaba suficiente claridad para comprobarlo.

Seguimos tomando terere y conversando amenamente en voz baja. El tema principal era la voz que escuchamos. Todos sentimos como que era un mensaje dirigido a nosotros, especialmente por la palabra empleada: “Ustedes”. Yo la sentí resonar una y otra vez en mi cabeza, tratando de llegar a una conclusión medianamente razonable al respecto. Pasaron alrededor de diez minutos cuando, repentinamente, suena la alarma del detector de movimiento.

Nos levantamos inmediatamente, tratando de agudizar la vista, pero todo seguía en su sitio. La grabadora estaba en medio del escenario, el detector al lado y como en el momento en que se produjo el ruido estábamos mirando hacia ahí, no fue ningún animal roedor o algo parecido. La alarma había sonado sin que hubiera nada material en su campo de sensibilidad. La alarma, que habíamos probado antes, que funcionaba bien y tenía baterías nuevas, había captado movimientos que eran producidos por algo que definitivamente no podía verse!

La sorpresa fue grande y nos quedamos de pie por un buen rato, esperando oír más cosas, hasta que volvimos a sentarnos y a observar. Luego de varios minutos, sonó la alarma. Entonces, nos levantamos y fuimos ruidosamente hasta el escenario, como para ahuyentar de alguna forma al ente, espíritu, ser o energía que estuviese ahí.

Subí hasta el escenario, seguido por Tadeo y al tomar los aparatos con mis manos, oímos un sonido hueco, que provenía de los camerinos. Yo me encontraba tan comprometido con la “causa”, con lo que estaba haciendo, que el miedo fue algo así como un acompañante permanente, pero no desagradable. Sin titubeos fui hacia los camerinos y… nada. Todo parecía estar en orden. Los muchachos inspeccionaron el lugar y aunque había una sensación algo turbia en el ambiente, no vimos ni oímos algo más ahí.

Decidimos ir hacia la zona de entrada para escuchar el resto de la grabación, en la que se captaron nuevamente varios sollozos, algunas voces no muy inteligibles e melodías cortas parecidas a las producidas por un piano y un violín. Les hablé a los muchachos sobre la idea de reunirnos al día siguiente durante la siesta, aprovechando el horario de descanso de mi trabajo y de la mayoría de las personas de la ciudad, para escuchar más atentamente la cinta, analizándola parte por parte.

También resolví dejar, de ahí en adelante, los aparatos en el escenario, retirándonos al parque Rincón de Itaúna, que se encuentra al lado del edificio del teatro, donde esperaríamos alrededor de media hora mientras se realizaban las grabaciones, evitando de esa forma hacer algún tipo de ruido que suene posteriormente en las reproducciones y con tranquilidad por la comprobada ausencia de roedores que perturben el funcionamiento del detector de movimiento.

Nos retiramos más entusiasmados que nunca, con la seguridad de haber encontrado algo digno de estudio debido a los sucesos de esa noche, con la voz de ultratumba resonando en los oídos: “Ustedes”…

FANTASMAS, CASOS REALES – Los misterios del Teatro – Segunda parte

Segunda parte

Eran alrededor de las 7 y media de la noche, cuando llegamos hasta la puerta de entrada del teatro. Estaba acompañado por varios amigos que me ayudarían, movidos por una particular curiosidad sobre el tema, así como por apoyarme en algo que resultaba sumamente llamativo, novedoso y a la vez un poco macabro, por la naturaleza de lo que iba a investigar. El Profesor sacó de su manojo de llaves la que correspondía a la puerta principal que daba directamente al teatro, de esa forma podríamos trabajar en el proyecto con tranquilidad y aislados de la distracción de los ruidos externos, además de contar con dicha llave para poder salir en caso de algún “imprevisto”, pues él iría a su casa por su cena y posteriormente volvería para continuar sus trabajos de investigación histórica en la biblioteca, para un libro que estaba preparando.

Luego de despedirnos del profesor y que él nos deseara éxitos en la labor que íbamos a iniciar, ingresamos y preparamos nuestros instrumentos. Los mismos consistían en una pequeña grabadora, de las que utilizaban los periodistas, con un micrófono de cable incorporado para evitar que se captase el sonido de la cinta al girar. Además tenía una cámara fotográfica con rollo nuevo y un detector de movimiento que me prestó el amigo Tito. Para ese tiempo, era bastante esta tecnología que tenía al alcance y conforme a los resultados que obtuviera, decidiría si era necesario utilizar una cámara de vídeo. La siguiente tarea era determinar dónde colocar los instrumentos, especialmente la grabadora y el detector de movimiento, que debían ir juntos.

El teatro es un salón de grandes proporciones, donde el nivel de la entrada está más alto, con un declive que se vuelve más acentuado a medida que se aproxima al escenario, al cual se ingresa a través de dos escaleras, colocadas en ambos extremos, izquierdo y derecho. El escenario era muy amplio, con el piso de madera muy sonoro al caminar en el silencio reinante en ese momento y los enormes telones corridos a medias. Al costado derecho, en el fondo, se encontraba la puerta a los camerinos. Esa noche, antes de subir a verificar, toda esa zona se encontraba inmersa en una profunda oscuridad, lo que producía una sensación de extraña inquietud.

Mis leales amigos Tadeo, Favio, Juan y José, viendo la magnitud de lo que significaban los acontecimientos y el sombrío panorama que presentaban la solemnidad del momento, con la perceptible energía de antigüedad, todo condimentado por las innumerables historias oídas al respecto, se vieron envueltos conmigo en ese entusiasmo cauteloso previo a las situaciones decisivas, por lo que les pedí reunirnos en círculo, infundiéndonos fuerza y deseos de éxitos.

Posteriormente, nos acercamos al escenario, que parecía tener un aura tan oscura como se veía en ese momento, haciendo que se vuelva más tenso el momento, por lo que me decidí a subir, sacudiéndome el temor creciente y dando de esa manera una demostración de que el miedo no debe impedir enfrentar una situación, por más riesgosa que pueda parecer en ese momento.

Son esos instantes en que se debe estar ahí para valorarlo suficientemente y para percibir en su real dimensión las sensaciones que parecían estar llenando el lugar. Empecé a recorrer los rincones del escenario y a despejar los telones, tras lo cual subieron también todos a ayudarme. Buscamos el interruptor de la luz, pero solo encontramos el que pertenecía al sector de los camerinos. Decidí dejarlo iluminado, para que haya suficiente penumbra en el escenario.

Ya con mayor ánimo, nos pusimos a correr los telones, despejando el sitio donde colocamos la grabadora y el detector, de modo que podamos  tener un amplio ángulo de visión desde del sector de la entrada. Coloqué en el medio del escenario la grabadora y al lado el detector de movimiento, de manera que si su alarma sonase, esto sea bien captado y grabado.

Encendí ambos aparatos y nos alejamos hacia la entrada, desde donde vigilaríamos, estando atentos a cualquier sonido que provenga de ahí, como también para asegurarnos de que la alarma no sea producida por el movimiento de algún roedor. En el ámbito de las tribunas, repentinamente parecían oírse ciertos susurros alrededor, pero no eran lo suficientemente claros. Quedé con la suposición de que podían ser ecos. Aquí lo realmente importante sería comprobar y reunir pruebas de sonido o de algún otro tipo, pero que fueran suficientemente claras.

Nos sentamos en la entrada misma del gran salón del teatro, hacia la zona más alta donde empezaban las filas de asientos. La cinta ya estaba girando, esperando por los tan comentados ruidos de sus «fantasmas»…

FANTASMAS, CASOS REALES – Los misterios del Teatro – Primera parte

                             CAZANDO FANTASMAS – CASOS REALES
                                                           Primera parte

El emblemático edificio del teatro de la ciudad de Concepción, Paraguay, ha sido siempre motivo de los más variados comentarios, tanto por su historia y arquitectura, como por los rumores de fenómenos extraños que muchas personas afirman haber vivido en ese lugar. Sonidos repentinos, estruendosos en algunos casos, voces misteriosas e incluso apariciones, forman parte de la larga lista de sucesos sin explicaciones que vayan de la mano con lo racional, lógico o real.

Fue así que en el año 1997, habiendo leído bastante material sobre ciertos enigmas de la historia y otras literaturas relacionadas que tenían similitudes con estos acontecimientos, decidí ponerme a investigar con mayor seriedad sobre el tema, esperando lograr resultados que puedan probar la existencia de los distintos fenómenos paranormales que se suponía que acechaban a la otrora vieja mansión de Don Basilio Quevedo.

La edificación es de estilo neoclásico italianizante, construida a fines del siglo XIX para la residencia particular del citado señor, un rico comerciante de la Villa Real. El sitio también funciona como Biblioteca Municipal y Museo Cívico, con importantes volúmenes en sus estantes y objetos de gran valor histórico en sus enormes salones. Son numerosas las historias sobre la vida de quienes fueron sus habitantes originales, lo cual es digno de estudio para dilucidar los hechos acaecidos en esos tiempos, para disipar dudas y descartar rumores sin trascendencia real.

Museo, Biblioteca y Teatro Municipal- De 1.912, con origen masonico

Tras haber recorrido la Perla del Norte, realizando entrevistas a distintas personas que afirmaban haber vivido las más extrañas situaciones, concentré mis indagaciones en “el Teatro”. En aquellos tiempos, se encontraba a cargo del lugar el erudito Profesor historiador Don Pedro Antonio Alvarenga Caballero de Añazco, ya fallecido hace varios años, quien dejó un inmenso legado de importantes obras sobre la historia de la capital del primer departamento, entre otras más.

Eran largas las conversaciones con el Profesor Pedro, generalmente sobre historia o la arquitectura concepcionera, lo cual resultó muy interesante para mi juventud ávida de conocimientos, especialmente si éstos podían ser proveídos por un hombre al que consideraba muy sabio. Con respecto a la incipiente investigación, le comenté que mi objetivo se basaba en obtener pruebas sólidas de la existencia de fenómenos considerados paranormales.

En el transcurso de los días, fuimos intercambiando opiniones e historias relacionadas a la naturaleza de los sucesos que yo estaba investigando, hasta llegar a la idea de realizar algunos experimentos de grabación en el edificio del Teatro Municipal, lo cual me entusiasmó enormemente.

Para tener un panorama más acabado sobre los acontecimientos inexplicables que sucedían ahí, el Profesor me pidió que esté presente alrededor del mediodía en el lugar, porque con mucha frecuencia se escuchaba un sonido muy fuerte, parecido a un portazo colosal o una madera enorme golpeando el piso, sin que existiera ningún objeto material que produjera tal estruendo. Me consta que las palabras del Profesor eran verdaderas porque en muchas ocasiones, sin que pudiera ver nada ni nadie que estuviera haciendo el extraño ruido, lo oí , así como tantas personas en la ciudad que conocen sobre este fenómeno.

Fue mayor aún el sobresalto al darme cuenta de que dicho estruendo se producía con una exactitud increíble. A las 12: 15 am sonaba diariamente.

Las expectativas fueron creciendo a medida que comprobaba cosas sobre el lugar. Algunos relatos que oí no pude verificar si podían ser reales porque simplemente no se repitieron situaciones similares en el tiempo en que estuve investigando, pero las cosas que sucedían eran definitivamente impactantes.

En esos días, fui con un amigo para realizar un breve recorrido por el sector correspondiente al museo, pasando por los primeros salones, leyendo las etiquetas de los objetos y reliquias, conversando sobre las cosas que nos parecían más interesantes, hasta que llegamos hasta el salón que albergaba entonces al famoso “carretón” que perteneciera a Madame Lynch. Al acercarnos hasta el histórico medio de transporte de quien fuera la consorte del Mariscal Francisco Solano López, le comenté: –Este es el carretón de Madame Lynch.

En ese momento, una de las ventanas que daba hacia las tribunas del teatro, comenzó a vibrar violentamente, durante un breve instante, para quedarse tan quieta como si nada hubiera pasado. Ambos nos sorprendimos mucho, mientras Tito, un amigo que por entonces era funcionario de la institución municipal y estaba recorriendo con nosotros, nos dijo que esas cosas eran ya normales ahí, que ellos estaban acostumbrados.

Esta manifestación, tan increíble como tenebrosa, me hizo pensar en lo que se venía si continuaba con mis pesquisas fantasmales, pero para mí eso ya no era algo que podría detenerme, aunque sentía en ocasiones un escalofrío en la espina dorsal cuando recorría las dependencias, me había decidido averiguar a toda costa si eran reales los fenómenos considerados paranormales y, lo que me parecía tan interesante era el desafío de reunir pruebas de su existencia para publicarlas en algún momento. Las cartas ya se estaban jugando y yo me iba a arriesgar todo lo posible para tratar de ganar logrando conseguir evidencias concretas que pudieran demostrar a las personas la verdad sobre estas cosas. El tiempo y los acontecimientos lo decidirían finalmente…