FANTASMAS, CASOS REALES – Los misterios del Teatro – Quinta Parte

Salí de mi casa a las 8 de la noche. Con la ansiedad creciente, me esperaban mis amigos en la vereda. Nuestras mentes se encontraban fijas en lo que intentaríamos esa noche. Queríamos hablar con el ente o espíritu que se había adueñado de las dependencias del teatro.

Con tantas ideas fluyendo, recién al estar en camino al lugar de nuestros inquietantes estudios, nos fijamos en que había luna llena. Esta ya se encontraba en lo alto, iluminando las calles norteñas, con una belleza capaz de inspirar pensamientos y canciones. Una brisa suave y fresca ponía un compás de calma a la intensidad del momento.

En medio de planes y situaciones ficticias que imaginábamos en nuestras conversaciones, llegamos al teatro sin darnos cuenta. La fastuosa fachada tenía un aspecto de profundo misterio a la luz de la luna, dejando la extraña sensación de que albergaba en su interior un sinfín de secretos a punto de liberarse.

Al tocar la enorme puerta, el profesor nos recibió con su habitual amabilidad. Tras conversar brevemente, se despidió para ir a su casa y tomarse un merecido descanso. Entonces ingresamos para realizar nuestra labor. Durante un rato, debatimos la idea de iniciar la noche tratando de comunicarnos con el “fantasma” del lugar, pero pensamos que sería mejor colocar los aparatos durante media hora y luego de escuchar lo grabado, decidir hablar o no con él.

Nos acercamos al escenario y se percibía una pesada energía que parecía esperarnos ahí. Subí a encender las luces y mis compañeros de investigación revisaron los rincones, donde aparentemente nada estaba fuera de lugar. Procediendo a colocar el detector y la grabadora, dije unas palabras para el caso: “Si alguien quiere comunicarse o darnos un mensaje, que hable. Vamos a dejar la grabadora aquí y todo quedará registrado”.

Luego nos encaminamos a la puerta, la cerramos sin llave porque estaríamos casi pegados al sitio, a nuestra vista, para irnos a la singular y bella plazoleta de al lado a esperar que pase el tiempo correspondiente.

Debido a la intensidad y ansiedad reinantes, surgió una brillante sugerencia: cenar en la plaza mientras transcurría el tiempo. El primo Tadeo se ofreció a ir a un conocido copetín donde hacen ricas empanadas y sándwiches, por lo que aplaudiendo la predisposición, cada uno puso algo de dinero y él fue en moto a buscar la cena.

Pasaron unos minutos y en medio de las conversaciones, me fijé en las manchas que había en la pared que daba a la plaza y pertenecía al exterior del edificio del teatro. Me acerqué a verificar y había en el medio mismo dos que se veían particularmente extrañas y bien definidas. Eran extrañas porque tenían formas de rostros humanos, una parecía la de un hombre con rasgos indígenas y otra la de una mujer muy bella con expresión de susto o estar gritando.

Explicando a mis amigos acerca de dicho fenómeno, llamado teleplastia en el mundo paranormal y cuyo caso más famoso era el de las caras aparecidas en el suelo de una casa de Bélmez, en la Provincia de Jaén, España, nos entreteníamos por un buen rato con el tema, mientras Tadeo regresaba al lugar y, al no vernos sentados en los bancos de la plaza, nos contó luego que supuso que ya habíamos vuelto al teatro para revisar los aparatos que dejamos. En realidad era difícil que nos pudiera encontrar a menos que vaya entrando al predio de Itaúna, porque el sector de esas “caras” encontradas en la pared estaba en una zona poco visible de la plazoleta.

Con el pensamiento fijo en que ya todos habíamos vuelto al teatro, Tadeo abrió la pesada puerta de entrada e ingresó. Según nos contó, empezó a llamarnos y a preguntar dónde estábamos en varias ocasiones, caminando hacia el escenario. Como nadie le respondía, supuso que nos escondimos hacia los camerinos para darle un susto, entonces, sin saber que no era así, subió, llegó a esas dependencias y le costó unos segundos darse cuenta de que nadie estaba. Se asustó mucho, por lo que sin perder más tiempo, fue corriendo a la plazoleta.

Al contarnos lo ocurrido, todos nos reímos bastante y lo felicitamos por hacer algo que probablemente nadie haría, entrar totalmente solo hasta el escenario y los camerinos a esas horas. Después de una breve cena, fuimos a terminar el trabajo de esa noche, con lo que se venía lo más importante: comunicarnos con el “fantasma”.

Una vez ya en el teatro, retiramos los aparatos y analizamos los sonidos durante un rato. Encontramos lo usual: sollozos, melodías, la percepción de que oprimían para encender o apagar la grabadora y cuatro ocasiones en que sonó el detector de movimiento. Pero una vez más había algo que nos sorprendería, pues casi al final de lo grabado, una voz muy grave decía: “Vayan”. Mirándonos los unos a los otros con inquietud, nos pusimos de acuerdo según lo conversado por el camino y fuimos al centro mismo del teatro para realizar una comunicación directa con el ser o ente que habitaba el lugar.

Formamos un semicírculo y en el centro colocamos sobre una silla el detector de movimiento, apuntando en dirección contraria a nosotros, para evitar que capte por error algún gesto nuestro. Lo pusimos a funcionar y también la grabadora. Entonces, pronuncié en voz alta y al principio algo dubitativa, pues una extraña sensación de inquietud y pesadez nos oprimía, especialmente por la fantasmal voz oída antes.

-Si hay alguien aquí, que hable, su mensaje será registrado- fue lo que dije al principio. Nada. No hubo respuesta. Nos miramos todos nuevamente como esperando algo.

-Si hay alguien aquí, que hable. Si tiene un mensaje, será escuchado y registrado- dije. Tampoco hubo respuesta. Entonces lo repetí. Hubo alrededor de diez segundos de silencio y repentinamente, ¡sonó el detector de movimiento!

Había buena iluminación en el lugar, pues encendimos más luces para evitar algún sobresalto, por lo que era fácilmente perceptible la ausencia de algo sólido que haga sonar el detector. Nada había enfrente a nosotros, nada vivo que pudiera moverse. Para tener mayor seguridad en que no haya algún error, tomé el detector, lo apagué y volví a encender. Al pasar la mano enfrente sonó, como es normal y parte de su buen funcionamiento. Luego, lo coloqué nuevamente en la silla.

Hice el mismo pedido que antes, para que hable si quería dar un mensaje. Volvió a sonar el detector. Entonces, cambié mis palabras…

-Si hay alguien aquí, que haga sonar este detector de movimiento o hable, que será escuchado- El detector sonó. Luego de unos segundos, volvió a sonar. Esperé alrededor de un minuto y modifiqué una vez más lo dicho antes.

– Si hay alguien aquí, que haga sonar tres veces el detector de movimiento. Esto será registrado- La alarma sonó una vez. Al cabo de un momento, otra vez y luego, por tercera vez. Esperamos un rato y no emitió más sonidos. Era cada vez más evidente que se estaba realizando una comunicación.

Pedí nuevamente que haga sonar el detector tres veces o se materialice de alguna forma (al sonar la alarma era claramente porque se materializaba en algún instante). Y, en efecto, el detector producía su sonido tres veces, con regularidad entre cada alarma. Hice el pedido cuatro ocasiones más y en todas sonó tres veces. En ese momento pensé: -Lo logramos…

Estábamos festejando lo que era para nosotros todo un acontecimiento, pues registramos pruebas de la existencia de seres no corpóreos. Ya podíamos afirmar que en la otrora mansión de Don Basilio Quevedo, hoy museo, biblioteca y teatro municipal, habitaba uno o más seres que ya no eran de nuestro mundo físico. Haciendo un análisis breve de las grabaciones y hechos, daba la sensación de que había más seres, pero era particularmente uno el que dominaba a todos, y no parecía ser tan amigable. Poco después de parar la grabadora, las luces de los camerinos, que estuvieron encendidas todo ese tiempo, parpadearon. Luego de unos segundos, terminaron apagándose.

El inquietante suceso, aunque acompañado de un susto, no eliminó nuestro entusiasmo. Era una noche casi gloriosa para los fines de la investigación. Ya había seguridad en que nos comunicamos con el “fantasma”.

FANTASMAS, CASOS REALES – Los misterios del Teatro – Primera parte

                             CAZANDO FANTASMAS – CASOS REALES
                                                           Primera parte

El emblemático edificio del teatro de la ciudad de Concepción, Paraguay, ha sido siempre motivo de los más variados comentarios, tanto por su historia y arquitectura, como por los rumores de fenómenos extraños que muchas personas afirman haber vivido en ese lugar. Sonidos repentinos, estruendosos en algunos casos, voces misteriosas e incluso apariciones, forman parte de la larga lista de sucesos sin explicaciones que vayan de la mano con lo racional, lógico o real.

Fue así que en el año 1997, habiendo leído bastante material sobre ciertos enigmas de la historia y otras literaturas relacionadas que tenían similitudes con estos acontecimientos, decidí ponerme a investigar con mayor seriedad sobre el tema, esperando lograr resultados que puedan probar la existencia de los distintos fenómenos paranormales que se suponía que acechaban a la otrora vieja mansión de Don Basilio Quevedo.

La edificación es de estilo neoclásico italianizante, construida a fines del siglo XIX para la residencia particular del citado señor, un rico comerciante de la Villa Real. El sitio también funciona como Biblioteca Municipal y Museo Cívico, con importantes volúmenes en sus estantes y objetos de gran valor histórico en sus enormes salones. Son numerosas las historias sobre la vida de quienes fueron sus habitantes originales, lo cual es digno de estudio para dilucidar los hechos acaecidos en esos tiempos, para disipar dudas y descartar rumores sin trascendencia real.

Museo, Biblioteca y Teatro Municipal- De 1.912, con origen masonico

Tras haber recorrido la Perla del Norte, realizando entrevistas a distintas personas que afirmaban haber vivido las más extrañas situaciones, concentré mis indagaciones en “el Teatro”. En aquellos tiempos, se encontraba a cargo del lugar el erudito Profesor historiador Don Pedro Antonio Alvarenga Caballero de Añazco, ya fallecido hace varios años, quien dejó un inmenso legado de importantes obras sobre la historia de la capital del primer departamento, entre otras más.

Eran largas las conversaciones con el Profesor Pedro, generalmente sobre historia o la arquitectura concepcionera, lo cual resultó muy interesante para mi juventud ávida de conocimientos, especialmente si éstos podían ser proveídos por un hombre al que consideraba muy sabio. Con respecto a la incipiente investigación, le comenté que mi objetivo se basaba en obtener pruebas sólidas de la existencia de fenómenos considerados paranormales.

En el transcurso de los días, fuimos intercambiando opiniones e historias relacionadas a la naturaleza de los sucesos que yo estaba investigando, hasta llegar a la idea de realizar algunos experimentos de grabación en el edificio del Teatro Municipal, lo cual me entusiasmó enormemente.

Para tener un panorama más acabado sobre los acontecimientos inexplicables que sucedían ahí, el Profesor me pidió que esté presente alrededor del mediodía en el lugar, porque con mucha frecuencia se escuchaba un sonido muy fuerte, parecido a un portazo colosal o una madera enorme golpeando el piso, sin que existiera ningún objeto material que produjera tal estruendo. Me consta que las palabras del Profesor eran verdaderas porque en muchas ocasiones, sin que pudiera ver nada ni nadie que estuviera haciendo el extraño ruido, lo oí , así como tantas personas en la ciudad que conocen sobre este fenómeno.

Fue mayor aún el sobresalto al darme cuenta de que dicho estruendo se producía con una exactitud increíble. A las 12: 15 am sonaba diariamente.

Las expectativas fueron creciendo a medida que comprobaba cosas sobre el lugar. Algunos relatos que oí no pude verificar si podían ser reales porque simplemente no se repitieron situaciones similares en el tiempo en que estuve investigando, pero las cosas que sucedían eran definitivamente impactantes.

En esos días, fui con un amigo para realizar un breve recorrido por el sector correspondiente al museo, pasando por los primeros salones, leyendo las etiquetas de los objetos y reliquias, conversando sobre las cosas que nos parecían más interesantes, hasta que llegamos hasta el salón que albergaba entonces al famoso “carretón” que perteneciera a Madame Lynch. Al acercarnos hasta el histórico medio de transporte de quien fuera la consorte del Mariscal Francisco Solano López, le comenté: –Este es el carretón de Madame Lynch.

En ese momento, una de las ventanas que daba hacia las tribunas del teatro, comenzó a vibrar violentamente, durante un breve instante, para quedarse tan quieta como si nada hubiera pasado. Ambos nos sorprendimos mucho, mientras Tito, un amigo que por entonces era funcionario de la institución municipal y estaba recorriendo con nosotros, nos dijo que esas cosas eran ya normales ahí, que ellos estaban acostumbrados.

Esta manifestación, tan increíble como tenebrosa, me hizo pensar en lo que se venía si continuaba con mis pesquisas fantasmales, pero para mí eso ya no era algo que podría detenerme, aunque sentía en ocasiones un escalofrío en la espina dorsal cuando recorría las dependencias, me había decidido averiguar a toda costa si eran reales los fenómenos considerados paranormales y, lo que me parecía tan interesante era el desafío de reunir pruebas de su existencia para publicarlas en algún momento. Las cartas ya se estaban jugando y yo me iba a arriesgar todo lo posible para tratar de ganar logrando conseguir evidencias concretas que pudieran demostrar a las personas la verdad sobre estas cosas. El tiempo y los acontecimientos lo decidirían finalmente…